Para la mujer liberarse no quiere decir
aceptar idéntica vida a la del hombre,
que es invivible, sino expresar su sentido
de la existencia.
Las mujeres en cuanto sujeto
no rechaza al hombre como sujeto,
sino que lo rechaza como rol absoluto.
En la vida social lo rechaza en tanto rol autoritario.
Manifiesto de la “Rivolta Femminile”,
Carla Lonzi en Escupamos sobre Hegel
Después de la entrega del Informe de la CVR caímos en cuenta del significativo rol que había tenido las universidades (sobre todo públicas) en el proceso de producción, difusión y represión del pensamiento político. Muchas pertenecemos a una generación donde no sólo las pocas manifestaciones y el escueto movimiento estudiantil son constantemente reprimidos, pero sobre todo donde el debate y la práctica política son conducidas por hombres desde una izquierda conservadora y retrógrada. La política, en el espacio público sigue siendo de hombres, pero sobre todo y más importante desde mi punto de vista, sigue siendo masculinista.
Y me refiero a las formas de participación a la que pocas mujeres tienen acceso, espacios rígidos, jerárquicos y paranoicos donde la política es un discurso para cambiar al mundo, pero no asimismo una práctica cotidiana, autocrítica que pueda desenmarañar las relaciones de poder que se dan en cada uno de los espacios propios de la interacción. Masculinista porque vuelve piedra angular de sus dinámicas a valores culturalmente asignados a los hombres y en que son la base de muchas exclusiones y del patriarcado, como la autoridad, la jerarquía, la fuerza, y hasta la violencia.
Asimismo, es sintomático de una enfermedad crónica que a 100 años de celebrarse el acceso de las mujeres a las universidades públicas en el Perú, los pocos espacios de producción de conocimiento que nacen a partir de la crítica epistemológica y política de las mujeres, es decir, de la corriente de pensamiento feminista, como era la Maestría de género, sexualidad y políticas públicas, en San Marcos; se haya visto reemplazado (en un proceso poco transparentes y nada democrático) por la Maestría de Género y Desarrollo, como quien se acomoda al maistream y comienza a pensar en la universidad pública como una empresa privada.
Las autoridades, nuevamente, en su 95% hombres, y con un discurso aparentemente de izquierda impusieron estos cambios. El género, léase las mujeres, y todo lo relacionado a la sexualidad, no es lo suficientemente importante, quizá es peligroso, escandaloso, o poco serio. En cambio, y yendo en contra de la premisa de la universidad como espacio libre de pensamiento, ahora es vista sobre todo como una escuela para proyectos de desarrollo. Ignorando, no sólo a nivel académico la importancia del aporte de la crítica feminista a las ciencias sociales, sino a nivel político la potencia del feminismo como reestructuración de la práctica política entre hombres y mujeres.
Política desde las mujeres, la escritura y la creación de conocimiento
La censura de la que somos herederas escala en los patios, las aulas y los libros. La producción de conocimiento está vetada, si no es a través de una legitimización de parte de profesores y tendencias de pensamiento asentadas en espacios académicos. Y esto tiene su correlato en las prácticas políticas. Nos es necesario pensar cómo la práctica de la escritura crítica, dentro de la tradición de las ciencias sociales, humanidades y testimonio es fuente de maduración y empoderamiento para mujeres jóvenes, que no encuentran ahora, ni desde hace muchos años en la universidad un espacio-centro de cuestionamiento, sino un “campo” de adormecimiento intelectual. La crisis que sufre la universidad pública desde hace muchos años reafirma las divisiones de género entre las egresadas mujeres y hombres. Prueba de esto es la casi nula presencia de mujeres en la enseñanza, en la investigación y en los syllabus.
Con esta incomodidad dentro, es que un grupo de jóvenes feministas creamos la revista La Mestiza, como un vehículo para hablar de los sentidos de los proyectos de las mujeres en la universidad, y sus objetivos cuestionadores de lógicas “academicistas” y androcéntricas. Este proyecto responde al rol de cambio social al que nos adscribimos como feministas, socialistas, y artistas; que busca ligar aspectos esenciales entre el movimiento político y la producción académica.
Considero que uno de los principales problemas que tiene que enfrentar en feminismo en el Perú son los pocos espacios para construcción colectiva que tengan como fin un proyecto político. Estos espacios son cada vez más reducidos y conservadores dada la crisis del sistema educativo, pero principalmente por la poca crítica y débil memoria de las prácticas y planteamientos políticos, y de la que es parte el proyecto de Sendero Luminoso, que tuvo una fuerte influencia en las universidades más grandes del Perú, pero también las que acogían mayores sectores populares. Recuperar la memoria es también una acción, que propone cambios, nuevas formas de pensar-hacer.
El feminismo en si mismo desentraña nuestras más íntimas certezas de lo que las mujeres, los hombres y la sociedad deben ser, y se va renovando constantemente porque su premisa básica quizá sea la constante crítica a las relaciones de poder, en toda su dimensión. Esta crítica al poder se une con la crítica al capitalismo, para analizar la estructura de la sociedad y cómo se perpetúa, y las estrategias para de-construirla y cambiarla.
Finalmente, dada esta la crítica feministas, me parece importante acotar la necesidad de mirar el feminismo desde adentro, como una sociedad post-colonial, con una historia reciente de conflicto armado que afectó de manera diferenciada a hombres y mujeres, indígenas, mestizos/as, blancos/as. La situación actual representa un desafío al plantearnos la interrelación con el Otro/a, que las diferencias jerarquizadas han producido en el Perú. Una “otra” que no se ha sentido cerca, que ha sido alejada de la construcción del sentido de la Nación y que no sólo es subalterna, sino que tiene formas de resistencia que deben ser reconocidas y también potenciadas. Para poder formar un pensamiento feminista que replantea nociones naturalizadas de racismo y clasismo, hacen falta replantearlo a través de una mirada política y real del país. Lo principal es poder enlazar la reflexión teórica con acciones políticas guiadas por estas reflexiones y estén constantemente desafiadas por la realidad.